3/10/16

Hacia una Argentina del mañana - Bernal Alejandro





Hacia una Argentina del mañana - Bernal Alejandro

INTRODUCCIÓN
¿Cuál es la mirada que se tiene acerca de los niños y adolescentes de hoy? ¿Qué se espera de ellos y qué esperan ellos de nosotros, los adultos? El siguiente informe tiene como principal tema, lograr una reflexión en cuanto a cómo debemos posicionarnos frente a nuestros jóvenes, con el único objetivo de lograr que su paso por la escuela y la vida no se vea envuelto en la telaraña de incertidumbres y errores que las generaciones pasadas se vieron afectadas. Para ello, haré mención de algunos temas que considero necesarios para ubicarlo a usted, lector, en el universo de la cultura escolar y social.


DESARROLLO

Antes de entrar en tema, quisiera realizar una breve aclaración de antemano acerca de ¿qué son los derechos humanos? y ¿cómo surgió?, que me permitan abordar el tema que nos confiere el título.
En 1945, tras los crímenes cometidos por el fascismo [1] y el nazismo [2] durante la Segunda Guerra Mundial, delegados de cincuenta y un (51) naciones se reunieron en Estados Unidos, con la intención de crear un organismo internacional para promover la paz y evitar guerras en el futuro. En 1948, la comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas se había apoderado de la atención mundial. Bajo la presidencia de Eleanor Roosevelt (defensora de los derechos humanos por derecho propio y delegada de Estados Unidos ante la ONU), la Comisión se dispuso a redactar el documento que se convirtió en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, siendo adoptada por las Naciones Unidas a finales del mismo año.

En primer lugar, se entiende a los Derechos Humanos como los derechos inherentes a todos los seres humanos sin distinción de sexo, nacionalidad, lugar de residencia, etnia, religión, edad, intereses políticos, condición social, cultural o económica. Estos derechos valen en igual medida para todos los seres humanos sin distinción alguna. De esta manera, toda persona tiene derecho a: la vida, la integridad personal, física, psíquica y moral; a la libertad personal, a la libertad de expresión y opinión, a la identidad y nacionalidad, a la privacidad, a no ser sometido a la esclavitud, a trabajar en condiciones iguales y satisfactorias; debe tener derecho a la educación pública y gratuita en todos los niveles de enseñanza, a la cultura, etcétera.



Primeramente, debe entenderse que todos los niños, niñas y adolescentes, sin discriminación alguna, deben ser reconocidos como sujetos de derecho. Es decir, que les corresponden los mismos derechos, obligaciones y garantías que a los adultos, entre otros. Pero como bien se sabe, al ser menores de edad, requieren de la especial ayuda y contención de los adultos para poder desarrollar un crecimiento óptimo y cumplir con sus metas. Pero, ¿qué sucede cuando estos niños y adolescentes se encuentran excluidos de la sociedad?, ¿qué pasa cuando la escuela no logra contenerlos? Para responder esto, es menester hacer algunas aclaraciones.
En la República Argentina, el derecho a la educación se establece en la Constitución en el año 1853, en los comienzos de la organización de la Nación. En 1884, es aprobada la ley de Educación Común  N° 1420, tras un periodo de minuciosos debates, y en términos simples, se declaró la instrucción primaria obligatoria, gratuita y gradual. El Estado debía garantizar la existencia de una oferta educativa pública al alcance de todos los niños que permitiera el acceso a un conjunto mínimo de conocimientos, donde los padres se veían obligados a inscribir a sus hijos.  A partir de la reforma de 1993 consagrada en la Ley de Educación General Básica, la estructura académica del sistema educativo comprende: educación inicial (3 a 5 años de edad), la Educación General Básica (de nueve años de duración a partir de los 6 años), la Educación Polimodal (luego de cumplida la EGB, de tres años como mínimo de duración); la Educación Superior, Profesional y Académica de Grado y la Educación de Posgrado.  Finalmente, la Ley de Educación Nacional N° 26.206 sancionada en el año 2006, describe en términos simples la obligatoriedad de la educación en todos los niveles, incluyendo el paso por la Secundaria.
Aclarados estos términos, quiero comenzar hablando acerca de cuál es la mirada que tiene de si mismo el niño y adolescente, y cómo influye en ello la sociedad.

Investigaciones arrojan que son muchos los estudiantes que, marcados en sus trayectorias vitales por procesos de exclusión de diversos tipos tienden a percibirse a sí mismos como causa última de su propio fracaso. El hecho de no creer contar con la capacidad intelectual para abordar las actividades que se plantean en clase, el hecho de no contar con los útiles adecuados o, como sucede en muchos casos, el prescindir de un hogar en condiciones adecuadas, de una familia que los contenga y aliente a esforzarse por una vida mejor, hacen que muchos de los jóvenes que asisten a la escuela acaben por desanimarse y dejar de concurrir a clases por pensar que nada tiene que hacer allí.  Esto sin mencionar que muchas veces se ven excluidos por sus propios compañeros y en el peor de los casos por los mismos docentes que, como no saben qué hacer con ellos, lo aíslan en un rincón en vez de enfocarse en buscar una solución a ese problema que involucra al chico.  Cabe mencionar que, lejos de verse al niño o adolescente como sujetos con riesgo social y desprovisto de derechos, se los ve como sujetos de peligrosidad social. Y esto se debe principalmente a lo explicado anteriormente, ya que al abandonar al joven «a la buena de Dios», éstos asumen una postura equívoca de cómo afrontar la vida y acaban por perderse en caminos que, si bien tienen salida, la sociedad nada hace por sacarlos de ahí. De esta manera, se estigmatiza a los jóvenes como potenciales «delincuentes», se los ve como una amenaza futura; en consecuencia, son pocas las veces en que se pone el oído para escuchar cuál es la historia que se oculta detrás y alentar a los chicos a seguir adelante y cumplir los años que les queda de escuela.  Quisiera citar a modo de ejemplo, parte de una entrevista publicada en Página 12, en donde Philippe Jeammet, psicoanalista francés, mantiene una charla con la periodista, escritora, biógrafa y abogada María Esther Gilio acerca de la violencia juvenil y cómo influye la sociedad:

Phillipe Jeammet: ¿Qué sería para usted lo que diferencia a un adolescente de hoy de uno de hace medio siglo?
María Gilio: Se habla de la violencia que ejercen hoy los adolescentes. Y son muchas las quejas en ese sentido. Sin embargo, creo que la diferencia está en que hoy la violencia se ve y antes estaba bastante escondida.
P: ¿Sería ésa, en definitiva, una diferencia formal, la única que se puede señalar?
M: Hay otras. Según los países, tenemos menos violencias físicas graves y a la vez más de lo que se llama en Francia incivilités, que, aunque son formas de violencia, son menos graves.
P: ¿Por ejemplo?
M: Robar una cartera, empujar a una persona. Hay menos respeto por el adulto; menos respeto por las cosas.
P: Romper un teléfono público.

M: Ensuciar un monumento. Estas cosas han aumentado. Hay menos respeto por esta sociedad que evidentemente tal como es no les gusta. Por otra parte, no debemos olvidar que la sociedad ha cambiado y los adolescentes... Bueno, los adolescentes son su espejo. ¿Quién respeta hoy al presidente de la República?
En definitiva, lo que vuelve violentos a los estudiantes no es su naturaleza, sino la violencia social.
Asimismo, en un plano ideal, el lugar natural para el crecimiento saludable de los niños es, justamente, en el núcleo familiar.  Por ende, el principal objetivo es la preservación y fortalecimiento de este sitio de contención, y para ello cabe destacar que: 1- La falta de recursos materiales no constituye causa suficiente para separar a los niños y adolescentes de su familia. 2- Es menester priorizar las medidas de protección de derechos que tengan por finalidad la preservación y fortalecimientos de los vínculos familiares para con los niños. 3- El Estado tiene el deber de incluir a toda la familia en los programas dirigidos a brindar ayuda e incluso apoyo económico en caso que los niños o adolescentes se vean limitados por no tener sus necesidades básicas como: acceso a la salud, a la educación, al trabajo y a la vivienda digna al conjunto de sus miembros.
Dicho esto, sirve de anclaje para mencionar los dos paradigmas que fueron surgiendo en diferentes contextos y culturas, con diferentes modos de pensar acerca de la niñez y adolescencia: el Patronato de Menores (1919) y el llamado Protección Integral de Niños, Niñas y adolescentes (2005).  El primer paradigma, estuvo enfocado en la «infancia pobre». La solución al problema de qué hacer con los niños que consideraban en situación de «abandono material» o de «peligro moral», era simplemente quitándole el derecho a los padres y madres de la patria potestad [3]. De esta manera, todo niño y adolescente que fuera visto en la calle en búsqueda de dinero y comida, eran recluidos en instituciones y reformatorios, alejados de sus familias, la escuela y cualquier otro sitio para su desarrollo adecuado. Mediante esta intervención, se buscaba separar a la sociedad desarrollada de estos «individuos» que podían contagiar al resto de los niños.  Sin embargo, chicos y chicas con causas asistenciales compartían el mismo establecimiento con menores con causas penales. En consecuencia, esto, lejos de evitar problemas, constituyó el camino hacia la carrera delictiva. Los institutos y reformatorios además de violar los derechos de los niños y niñas, han sido verdaderas escuelas de delitos. 

Tras las irregularidades planteadas por el Patronato de Menores, la Convención sobre Derechos del niño (1994), propone una doctrina de protección integral. Esto es, concibe al niño como sujeto de derecho frente al Estado. Éste debe apoyar a la familia con programas financieros acordes a sus necesidades. No obstante, ya no se tiende a ver a los niños y adolescentes como seres incompletos, sin derechos, sino como seres de derechos que deben ser escuchados y apoyados incondicionalmente.

CONCLUSIÓN

No obstante, quisiera realizar un llamado de atención tanto para las familias, la escuela y por supuesto la sociedad, con el propósito de poner énfasis en el acompañamiento de nuestra nueva generación de niños, niñas y adolescentes. Es fundamental que cuenten con el apoyo y afecto de sus padres, quienes deben hacer lo posible por brindarles un sitio donde tengan acceso a lo libros y en donde puedan experimentar de una vida sana y sin preocupaciones más que asistir a clase todos los días. La escuela debe dar garantía de una buena educación y seguimiento por parte de los docentes que son los encargados de forjar en las mentes de los estudiantes los conocimientos necesarios que les permitan ver y comprender el mundo que los rodea, de manera que luego de su paso por la escuela, hayan adquirido cierto nivel de autonomía que les sirva para afrontar la vida académica y laboral. Por su parte, la sociedad, como portadora de cultura, debe acoger a esta nueva generación y no evitarla debido a su heterogeneidad. Es preciso que cada uno de estos pilares que considero fundamentales, ponga su granito de arena si es que como yo, desea una «Argentina del mañana».




[1]  Movimiento político y social de carácter totalitario y nacionalista fundado en Italia por Benito Mussolini después de la primera guerra mundial.
[2] Doctrina política nacionalista, racista y totalitaria que fue impulsada en Alemania por Adolf Hitler (político alemán, 1889-1945) después de la Primera Guerra Mundial, y que defendía el poder absoluto del Estado y la superioridad y la supremacía del pueblo germano frente a los demás pueblos de Europa.
[3] Poder o autoridad que tienen los padres sobre los hijos que aún no están emancipados.

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